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lunes, 8 de febrero de 2016

Catecismo de la Iglesia Católica. SEGUNDA PARTE, LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO, nn. 1066-1209.

Catecismo de la Iglesia Católica

SEGUNDA PARTE. LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO

Razón de ser de la liturgia

1066. En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad y su "designio benevolente" (Ef 1,9) sobre toda la creación: El Padre realiza el "misterio de su voluntad" dando a su Hijo Amado y al Espíritu Santo para la salvación del mundo y para la gloria de su Nombre. Tal es el Misterio de Cristo (cf Ef 3,4), revelado y realizado en la historia según un plan, una "disposición" sabiamente ordenada que san Pablo llama "la Economía del Misterio" (Ef 3,9) y que la tradición patrística llamará "la Economía del Verbo encarnado" o "la Economía de la salvación".

1067 «Cristo el Señor realizó esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión. Por este misterio, "con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida". Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia» (SC 5). Por eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el misterio pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación.

1068 Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo: «En efecto, la liturgia, por medio de la cual "se ejerce la obra de nuestra redención", sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia» (SC 2).

Significación de la palabra "Liturgia"
1069 La palabra "Liturgia" significa originariamente "obra o quehacer público", "servicio de parte de y en favor del pueblo". En la tradición cristiana quiere significar que el Pueblo de Dios toma parte en "la obra de Dios" (cf. Jn 17,4). Por la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención.

1070 La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es empleada para designar no solamente la celebración del culto divino (cf Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el anuncio del Evangelio (cf. Rm 15,16; Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rm 15,27; 2 Co 9,12; Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de Dios y de los hombresEn la celebración litúrgica, la Iglesia es servidora, a imagen de su Señor, el único "Liturgo" (cf Hb 8,2 y 6), al participar del sacerdocio de Cristo (culto), de su condición profética (anuncio) y de su condición real (servicio de caridad):
«Con razón se considera la liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público integral. Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (SC 7).

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

¿Por qué la liturgia? Comentarios al Catecismo nn. 1066-1070
En el Catecismo de la Iglesia Católica a la profesión de fe, desarrollada en su primera parte, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la edificación de su Iglesia. De hecho, si en la liturgia no destacase la figura de Cristo, que es su principio y está realmente presente para hacerla válida, ya no tendríamos la liturgia cristiana, que depende totalmente del Señor y es sostenida por su presencia.
Así pues, existe una relación intrínseca entre fe y liturgia, ambas están íntimamente unidas. En realidad, sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Y, “por otra parte, la acción litúrgica nunca puede ser considerada genéricamente, prescindiendo del misterio de la fe. En efecto, la fuente de nuestra fe y de la liturgia eucarística es el mismo acontecimiento: el don que Cristo ha hecho de sí mismo en el Misterio pascual” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 34).
Si abrimos el Catecismo por su segunda parte leemos que la palabra “liturgia” significa originariamente “servicio de parte y en favor del pueblo”. En la tradición cristiana quiere significar que el Pueblo de Dios toma parte en la “obra de Dios” (CEC, 1069).
¿En qué consiste esta obra de Dios en la que tomamos parte? La respuesta del Catecismo es clara y nos permite descubrir la íntima conexión que existe entre fe y liturgia: “En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad y su designio benevolente (Ef 1,9) sobre toda la creación: El Padre realiza el "misterio de su voluntad" dando a su Hijo Amado y al Espíritu Santo para la salvación del mundo y para la gloria de su Nombre” (CEC, 1066).
De hecho, “Cristo el Señor realizó esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación, preparada por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por el Misterio pascual de su bienaventurada pasión, de la resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión” (CEC, 1067). Es este el Misterio de Cristo, que la Iglesia “anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo” (CEC, 1068).
Por medio de la liturgia “se ejerce la obra de nuestra redención”
 (Concilio Vaticano II,Sacrosanctum Concilium, 2). Así como fue enviado por el Padre, Cristo envió a los Apóstoles a anunciar la redención y “a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica” (ibídem, 6).
Vemos así que el Catecismo sintetiza la obra de Cristo, en el Misterio pascual que es su núcleo esencial. Y el nexo con la liturgia resulta obvio pues “por la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención” (CEC, 1069). Así pues, esta “obra de Jesucristo”, perfecta glorificación de Dios y santificación de los hombres, es el verdadero contenido de la liturgia.
Es este un punto importante pues, aunque la expresión y el contenido teológico-litúrgico del Misterio pascual debían inspirar el estudio teológico y la celebración litúrgica, no siempre ha sido así. De hecho, “la mayor parte de los problemas ligados a las aplicaciones concretas de la reforma litúrgica tienen que ver con el hecho de que no se ha tenido suficientemente presente que el punto de partida del Concilio es la Pascua [...]. Y Pascua significa inseparabilidad de Cruz y Resurrección [...]. La Cruz está en el centro de la liturgia cristiana, con toda su seriedad: un optimismo banal, que niega el sufrimiento y la injusticia del mundo y reduce el ser cristianos al ser educados, no tiene nada que ver con la liturgia de la Cruz. La redención ha costado a Dios el sufrimiento de su Hijo y su muerte. De ahí que su “exercitium”, que según el texto conciliar es la liturgia, no puede tener lugar sin la purificación y la maduración que provienen del seguimiento de la cruz” (J. Ratzinger /Benedetto XVI, Teologia della Liturgia, LEV, Città del Vaticano 2010, pp. 775-776).
Este lenguaje choca con aquella mentalidad incapaz de aceptar la posibilidad de una intervención divina real en este mundo en socorro del hombre. Por eso, “quienes comparten una visión deísta consideran integrista la confesión de una intervención redentora de Dios para cambiar la situación de alienación y de pecado, y se emite el mismo juicio a propósito de un signo sacramental que hace presente el sacrificio redentor. Más aceptable, a sus ojos, sería la celebración de un signo que correspondiera a un vago sentimiento de comunidad. Pero el culto no puede nacer de nuestra fantasía; sería un grito en la oscuridad o una simple autoafirmación. La verdadera liturgia supone que Dios responda y nos muestre cómo podemos adorarlo. «La Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se entregó antes a ella en el sacrificio de la cruz» (Sacramentum Caritatis, 14). La Iglesia vive de esta presencia y tiene como razón de ser y de existir difundir esta presencia en el mundo entero” (Benedicto XVI, Discurso del 15.04.2010).
Esta es la maravilla de la liturgia que, como recuerda el Catecismo, es culto divino, anuncio del Evangelio y caridad en acto (cf. CEC, 1070). Es Dios mismo el que actúa y nosotros nos sentimos atraídos hacia esa acción suya, para así ser transformados en Él.

La liturgia como fuente de Vida

1071 La liturgia, obra de Cristo, es también una acción de su Iglesia. Realiza y manifiesta la Iglesia como signo visible de la comunión entre Dios y de los hombres por Cristo. Introduce a los fieles en la vida nueva de la comunidad. Implica una participación "consciente, activa y fructífera" de todos (SC 11).

1072 "La sagrada liturgia no agota toda la acción de la Iglesia" (SC 9): debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu, el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad.

Oración y liturgia

1073 La liturgia es también participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda oración cristiana encuentra su fuente y su término. Por la liturgia el hombre interior es enraizado y fundado (cf Ef 3,16-17) en "el gran amor con que el Padre nos amó" (Ef 2,4) en su Hijo Amado. Es la misma "maravilla de Dios" que es vivida e interiorizada por toda oración, "en todo tiempo, en el Espíritu" (Ef 6,18).

Catequesis y liturgia

1074 
"La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (SC 10). Por tanto, es el lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de Dios. "La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres" (CT 23).

1075 La catequesis litúrgica pretende introducir en el Misterio de Cristo ( es "mistagogia"), procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los "sacramentos" a los "misterios". Esta modalidad de catequesis corresponde hacerla a los catecismos locales y regionales. El presente catecismo, que quiere ser un servicio para toda la Iglesia, en la diversidad de sus ritos y sus culturas (cf SC 3-4), enseña lo que es fundamental y común a toda la Iglesia en lo que se refiere a la liturgia en cuanto misterio y celebración (primera sección), y a los siete sacramentos y los sacramentales (segunda sección).

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

La liturgia, fuente de vida, de oración y de catequesis (CIC 1071 a 1075)
Los numerales 1071-1075 del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) se ocupan de la sagrada liturgia como fuente de vida y su relación con la oración y la catequesis. La liturgia es fuente de vida, sobre todo porque es “obra de Cristo” (CIC, 1071). En segundo lugar, porque "es también una acción de la Iglesia" (ibid.). Pero entre estos dos aspectos, ¿cuál es el más importante? Y además, ¿qué significa en este contexto la palabra "vida"?
Responde el Concilio Vaticano II: "De la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin."(Sacrosanctum Concilium [SC], 10). Esto deja en claro que cuando a la liturgia se le llama fuente de vida, significa que de ella fluye la gracia. Con esto, se ha respondido a la primera pregunta: la liturgia es fuente de vida, sobre todo porque es obra de Cristo, Autor de la gracia.
Uno de los principios clásicos del catolicismo, sin embargo, dice que la gracia no anula la naturaleza, sino que la presupone y perfecciona (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, 1, 8 a 2, etc). Por lo que el hombre coopera con el culto litúrgico, que es una acción sacerdotal del "Cristo total", es decir, de la cabeza, que es Jesús, y de los miembros, que son los bautizados. Por eso la liturgia es fuente de vida en cuanto es acción de la Iglesia. Así como es obra de Cristo y de la Iglesia, la liturgia es "acción sagrada por excelencia " (SC 7), que ofrece a los fieles la vida de Cristo y requiere su participación consciente, activa y fructuosa (cf. SC 11). Aquí se comprende también la ligazón de la sagrada liturgia con la vida de fe: se podría decir, "de la Vida a la vida." La gracia que nos es dada por Cristo en la liturgia nos llama a una participación vital: "La sagrada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia" (SC, 9), sino que, "debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu, el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad”. (CIC, 1072).
No es casual que, al momento de recopilar los escritos litúrgicos de Joseph Ratzinger en un solo volumen, con el título Teología de la liturgia, se quiso transmitir una de las intuiciones fundamentales del autor al añadir el subtítulo: Fundamento sacramental de la existencia cristiana. Se trata de una traducción en términos teológicos de lo que dijo Jesús en el Evangelio con las palabras: "Sin mí no pueden hacer nada" (Jn 15,5). En la sagrada liturgia, recibimos el don de aquella vida divina de Cristo, sin la cual no podemos hacer nada válido por la salvación. Por eso, la vida cristiana no es más que una continuación, o el fruto de la gracia que se recibe en el culto divino, sobre todo en la Eucaristía.
En segundo lugar, la liturgia tiene una estrecha relación con la oración. Una vez más, el fulcro de la comprensión de esta relación es el Señor: " La liturgia es también participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda oración cristiana encuentra su fuente y su término.» (CIC, 1073). La liturgia es, por lo tanto, fuente de oración. De ella aprendemos a orar de la manera correcta. Dado que la liturgia es la oración de Jesús, ¿qué podemos aprender de ella para nuestra oración personal? ¿En qué consistía la oración del Señor? "Para entender a Jesús son fundamentales las referencias continuas de que él se retiraba "al monte " y allí oraba toda la noche,"a solas" con el Padre. [...] Este "orar" de Jesús es un hablar del Hijo con el Padre, en el que están involucrados la conciencia y la voluntad humana, el alma humana de Jesús, de modo que la "oración" del hombre pueda convertirse en participación en la comunión del Hijo con el Padre "(J. Ratzinger/Benedetto XVI, Gesù di Nazaret, I, Rizzoli, Milano 2007, pp. 27-28). En Jesús, la oración "personal" no es distinta de su oración sacerdotal: según la Carta a los Hebreos, la oración sufrida de Jesús durante la Pasión "es la puesta en práctica del sumo sacerdocio de Jesús. Precisamente, en su grito, llanto y oración, Jesús hace lo que es propio del sumo sacerdote: Trae los afanes de los hombres hacia Dios. Presenta al hombre enfrente de Dios "(ibid., II, LEV, Città del Vaticano 2010, p. 184).
En una palabra, la oración de Jesús es una oración dialogante, una oración realizada en presencia de Dios. Jesús nos enseña este tipo de oración: "Es necesario mantener siempre esta relación viva y portar continuamente los eventos cotidianos. Oraremos tanto mejor, en cuanto lo profundo de nuestra alma esté orientada hacia Dios "(ibid., I, p. 159). La liturgia, por lo tanto, nos enseña a orar porque nos reorienta constantemente a Dios: "¡Levantemos el corazón!/ ¡lo tenemos levantado hacia el Señor!" La oración es estar dirigidos al Señor, y esto es también el sentido profundo de la participación activa en la liturgia.
Por último, la oración es "el lugar privilegiado de la catequesis [...] procediendo de lo visible a lo invisible» (CIC, 1074-1075). Esto implica que los textos, signos, ritos, gestos, y los elementos ornamentales de la liturgia deben ser de tal modo, que transmitan realmente el Misterio que significan y puedan por lo tanto, ser explicados de modo útil en la catequesis mistagógica.

LA ECONOMÍA SACRAMENTAL

1076 El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al mundo (cf SC 6; LG 2). El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la "dispensación del Misterio": el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, "hasta que él venga" (1 Co11,26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva, la propia de este tiempo nuevo. Actúa por los sacramentos; esto es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama "la Economía sacramental"; esta consiste en la comunicación (o "dispensación") de los frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia "sacramental" de la Iglesia.

EL PADRE, FUENTE Y FIN DE LA LITURGIA

1077
 "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1, 3 - 6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.

1079 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación como una inmensa bendición divina.

1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la salvación.

1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Exodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la Presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.

1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.

1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el Espíritu Santo" (Lc 10, 21), bendice al Padre "por su Don inefable" (2Co 9, 15) mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1, 6).

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

La liturgia, obra de la Trinidad/1: Dios Padre (CIC 1077-1083)

Sin la mediación del Hijo, no habríamos conocido al Padre, y no habríamos recibido el Espíritu que nos permite reconocer al Hijo como Señor y adorar al Padre en él. El padre ha realizado una elección tal que nos ha hecho capaces de todo esto, es decir, adoptarnos como hijos, antes de la creación del mundo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], 1077). La capacidad de obrar como individuos y como miembros de un pueblo elegido y consagrado se llama "liturgia", definida con acierto como obra del misterio de las tres Personas. La acción trinitaria, es por así decirlo, el prototipo de la acción sagrada o litúrgica. Sin embargo, visto el activismo eclesiástico y litúrgico que ha llevado a adoptar términos como "actor" y "operador", incluso en la sagrada liturgia, debemos definir, a salvo de equívocos, la naturaleza de esta acción. La acción sagrada de la liturgia es esencialmente una "bendición", un término conocido por todos, pero no en su verdadero significado. Lo hace el siguiente artículo del Catecismo que conviene citar completo: «Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.» (CIC, 1078).
Por lo tanto, la liturgia es bendición divina, palabra y don, y adoración humana, es decir, acción de gracias (eucaristía) y ofrenda. ¿No está toda la misa en esta definición? Nadie puede omitir el definir así la sagrada liturgia. La adoración no es otra cosa que la liturgia misma. Cualquier intento de separar las dos cosas va en contra de la fe y de la verdad católica.
¿No se sostiene hoy que el hombre adora a Dios con todo su ser? Esto significa con el alma y con el cuerpo. Por lo tanto en la Biblia toda «la obra de Dios es bendición» (CIC, 1079-1081): es la dimensión cósmica que vertebra la sagrada escritura desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y del mismo modo a la liturgia. Si bendecir quiere decir adorar, la bendición o adoración en la Biblia se expresa en la postración y el doblar físicamente las rodillas y metafísicamente el corazón. Sólo el diablo no se arrodilla, porque —lo dicen los Padres del desierto—, no tiene rodillas. Así, san Pablo ve delante de Jesús la armonía entre historia sagrada y el cosmos: toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en el abismo. Como consecuencia concreta: el gesto de arrodillarse debe volver a ser lo principal en el rito de la Misa, en el desarrollo, inspiración y sabor de la música sacra, en el mobiliario sagrado: una iglesia sin reclinatorios no es una iglesia católica.
¿Por qué postrarse? Debido a que la bendición divina se produce especialmente con «la presencia de Dios en el templo» (CIC, 1081): ante su presencia, el primer y fundamental gesto es la adoración. No se diga que el templo ha sido abolido, porque Jesús lo ha purificado sustituyéndolo con su cuerpo en el que habita corporalmente su divinidad: así, la presencia divina es ahora la del Cuerpo de Cristo y, en modo máximo coincide con el Santísimo Sacramento. Tengamos en cuenta que hasta ahora hemos hablado de las cosas reveladas por el mismo Señor en la Sagrada Escritura. En Introducción al espíritu de la liturgia, Joseph Ratzinger ha mostrado cuánto ha perjudicado la reforma litúrgica, al haber roto el vínculo entre el templo judío y la iglesia cristiana: lo vemos hoy en las nuevas iglesias, justo cuando a nivel ecuménico se dialoga con los judíos. Si el cuerpo de Cristo está formado por el edificio espiritual de sus miembros (cf. 1 P 2,5), se debe saber que donde la Iglesia se reúne para los Misterios, nace un "espacio santo".
Ahora, se puede entender lo que el Catecismo dice claramente: «En la liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la creación y de la salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.» (CIC, 1082). Así, de ahí sale ulteriormente definida la doble dimensión de la liturgia de la Iglesia: por un lado es bendición del Padre con la adoración, la alabanza y la acción de gracias; y por el otro, es ofrecimiento al Padre de uno mismo y de sus dones y la imploración del Espíritu a fin de que redunde en todo el mundo. Pero todo pasa por la mediación sacerdotal, es decir de la ofrenda y «por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu» (CIC, 1083).
Si la resurrección de Cristo no se hubiera producido históricamente y no hubiese “llenado” originalmente la historia, imprimiéndole la dirección final, los sacramentos no tendrían ningún efecto y podría socavar la finalidad por la cual se administran: nuestra resurrección al final de la vida y de la historia de la humanidad. A un planteamiento exegético desmitificador, normalmente le sigue una teología reducida al simbolismo; pero el pensamiento católico, con el Apóstol, habla del "poder de su resurrección": a las apariciones del Resucitado no sólo siguió el kerigma y la fe de los discípulos, sino la expansión de la potencia de la resurrección en los Sacramentos. Así, la verdad de la resurrección corporal de Cristo es decisiva para la eficacia de los sacramentos, para su incidencia real en la transformación del ser humano.
El misterio pascual, precisamente porque vio al Hijo pasar de la muerte a la vida, así ve pasar a los hijos de Dios. Por eso se llama pascual, por este paso producido gracias al sacrificio del Hijo de Dios. Por eso el sacrificio eucarístico es el centro de gravedad de todos los sacramentos (cf. CIC, 1113), como la Pascua lo es del año litúrgico.
El plan divino de salvación es uno: llevar a los hombres y a las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo el señorío de Cristo. La primera obra de las tres Personas mira a reconducir al hombre a su naturaleza original, para que sea restaurada en él aquella imagen que había sido desfigurada por el pecado.

LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA

Cristo glorificado…

1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.

1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13, 1; Jn 17, 1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6, 10; Hb 7, 27; Hb 9, 12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.

… desde la Iglesia de los Apóstoles…

1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)

1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn 20, 21  - 23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.

… está presente en la Liturgia terrena…

1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" - la dispensación o comunicación de su obra de salvación - "Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18, 20)" (SC 7).

1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7).

… que participa en la Liturgia celestial.

1090 
"En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

La liturgia, obra de la Trinidad/2: el Hijo de Dios (CEC 1084-1090)

En la segunda parte de la sección sobre la liturgia como obra de la Santísima Trinidad, dedicada a Dios Hijo, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta los elementos esenciales de la doctrina sacramental. Cristo, resucitado y glorificado, derramando el Espíritu Santo en su Cuerpo que es la Iglesia, actúa ahora en los sacramentos y a través de ellos comunica su gracia. El Catecismo recuerda la definición clásica de los sacramentos, que son: 1) «signos sensibles (palabras y acciones)», 2) instituidos por Cristo; 3) que «realizan eficazmente la gracia que significan» (n. 1084).
En la celebración de los sacramentos, es decir en la sagrada liturgia, Cristo, con el poder del Espíritu Santo, significa y realiza el Misterio pascual de su pasión, muerte en la cruz y resurrección. Este misterio no es simplemente una serie de eventos del pasado remoto (¡aunque no se puede ignorar la historicidad de estos eventos!), sino que entra en la dimensión de la eternidad, porque el «actor» —es decir, Aquel que ha realizado y sufrido estos hechos—, ha sido el Verbo encarnado. Por lo tanto, el misterio pascual de Cristo «domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente» (n. 1085) a través de los sacramentos, que él mismo ha confiado a su Iglesia, en especial el sacrificio eucarístico.
Este don único fue dado primero a los apóstoles cuando el Resucitado, con el poder del Espíritu Santo, les dio su poder de santificación. Los apóstoles han conferido a la vez este poder a sus sucesores, los obispos, y por lo tanto los beneficios de la salvación se transmiten y se actualizan en la vida sacramental del pueblo de Dios hasta la Parusía, cuando el Señor venga en su gloria para dar cumplimiento al Reino de Dios. Así, la sucesión apostólica asegura que en la celebración de los sacramentos, los fieles sean inmersos en la comunión con Cristo, quien los bendice con el don de su amor salvífico, sobre todo en la Eucaristía donde se ofrece a sí mismo bajo las apariencias del pan y del vino.
La participación sacramental en la vida de Cristo tiene una forma específica, dada en el «rito», que el entonces cardenal Ratzinger en 2004 explicó como «la forma de celebración y de oración que madura en la fe y en la vida de la Iglesia». El rito —o la familia de ritos que provienen de las Iglesias de origen apostólico—, «es una forma condensada de la Tradición viva [...] volviéndose así experimentable, al mismo tiempo, la comunión entre las generaciones, la comunión con aquellos que oran antes de nosotros y después de nosotros. Así, el rito es como un don hecho a la Iglesia, una forma viviente de parádosis [tradición]» (30 Giorni, num. 12-2004).
Refiriéndose a la enseñanza de la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, el Catecismo recuerda los diferentes modos de la presencia de Cristo en las acciones litúrgicas. En primer lugar, el Señor está presente en el Sacrificio eucarístico en la persona del ministro ordenado, porque «ofrecido una vez en la cruz, se ofrece una vez más a sí mismo a través del ministerio de los sacerdotes» [Concilio de Trento], y sobre todo bajo las especies eucarísticas. Por otra parte, Cristo está presente con su virtud en los sacramentos, en su palabra cuando se proclama la Sagrada Escritura, y finalmente, cuando los miembros de la Iglesia, Esposa amadísima de Cristo, se congregan en su nombre por la oración y la alabanza (cf. n. 1088, Sacrosanctum Concilium, n. 7). Por lo tanto, en la liturgia terrena, se lleva a cabo la doble finalidad de todo el culto divino, es decir, la glorificación de Dios y la santificación del hombre (cf. n. 1089).
De hecho la celebración terrestre, tanto en el esplendor de una de las grandes catedrales como en los lugares más simples pero dignos, participa de la liturgia celeste de la nueva Jerusalén y hace pregustar un anticipo de la gloria futura en la presencia del Dios vivo. Este dinamismo da a la liturgia su grandeza, e impide a cada comunidad cerrarse sobre sí misma y la abre a la asamblea de los santos en la ciudad celeste, tal como se lee en la carta a los Hebreos: «Ustedes, en cambio, se han acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, mediador de una nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.» (Hb 12, 22-24).
Es oportuno, por lo tanto, concluir estas breves reflexiones con las felices palabras del beato cardenal Ildefonso Schuster, quien describió la liturgia como «un poema sagrado, en el que verdaderamente han puesto la mano cielo y tierra».

EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA EN LA LITURGIA

1091 En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia.

1092 En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que en los otros tiempos de la Economía de la salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.

El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo

1093
 El Espíritu Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la Antigua Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2), la Liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:
 - principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
 - la oración de los Salmos;
 - y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo (la Promesa y la Alianza; el Exodo y la Pascua, el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).

1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf DV 14 - 16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf Lc 24, 13  - 49), y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2Co 3, 14  - 16). Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1P 3, 21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1Co 10, 1  - 6); el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo" (Jn 6, 32).

1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.

1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la Liturgia cristiana. Para los judíos y para los cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus respectivas liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta a esta Palabra, la adoración de alabanza y de intercesión por los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia divina. La liturgia de la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la oración judía. La oración de las Horas, y otros textos y formularios litúrgicos tienen sus paralelos también en ella, igual que las mismas fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran también en modelos de la tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero también la diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia el porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección de Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación definitiva.

1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu Santo" que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.

1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto". Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la Asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de Vida nueva que está llamada a producir.

El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo

1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14, 26).

1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida:
La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las acciones y los signos (SC 24).

1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración.

1102 "La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra de la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la comunidad de los creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso, con miras a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo comunión en la fe.

1103 La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; … las palabras proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción de gracias y la alabanza (Doxologia).

El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo

1104 La Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes.
 El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio.

1105 La epíclesis ("invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.

1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente de la Eucaristía:
"Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino… en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento… Que te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana" (S. Juan Damasceno, f. o. , 4, 13).

1107 El poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1, 14; 2Co 1, 22).

La comunión del Espíritu Santo

1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. 
El Espíritu Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn 15, 1-17; Ga 5, 22). En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (cf 1Jn 1, 3-7).

1109 La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la Asamblea con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2Co 13, 13) deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad.

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

La liturgia, obra de la Trinidad /3: Dios Espíritu Santo (CEC 1091-1109)
La liturgia, o acción pública realizada en nombre del pueblo, es nuestra participación en la oración de Cristo al Padre en el Espíritu Santo. Esta celebración nos sumerge en la vida divina de la Trinidad, como lo expresa el Prefacio común IV: “Pues aunque no necesitas nuestra alabanza, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación, por Cristo, Señor nuestro”. En consecuencia, la liturgia existía antes de que hubiéramos podido participar de ella, porque empezó en la Santísima Trinidad, y Cristo, quien nos enseñó con su ejemplo cómo adorar al Padre en su vida terrenal, concede a aquellos que creen, los medios necesarios para que sus vidas sean transformadas mediante la celebración de la liturgia, en la que se nos comunica la vida de la Trinidad.
La obra del Espíritu Santo en la liturgia, para nuestra santificación, nos sella con la relación amorosa de la Trinidad, que está en el corazón de la Iglesia. Es el Espíritu Santo el que inspira la fe y da lugar a nuestra cooperación. Es esa genuina cooperación, expresión de nuestro deseo de Dios, que hace de la liturgia una obra en común entre la Trinidad y la Iglesia. (CEC 1091-1092)
Antes de que la misión salvífica de Cristo en el mundo pudiera comenzar, el Espíritu Santo sentó las bases para la acogida de Cristo, que lleva a la realización las promesas de la antigua Alianza, cuyo recuento de las maravillas de Dios, conforma --no menos--, la columna vertebral de nuestra liturgia, como lo había hecho para la liturgia de la casa de Israel. Desde el Antiguo Testamento, con su vasto corpus de literatura, junto con la belleza de los salmos, ¿dónde estaría la celebración de la iglesia en Adviento sin el profeta Isaías? ¿O la liturgia de la tarde del Jueves Santo, sin el anuncio del ritual de la Pascua de Éxodo 12? Por otra parte, ¿cómo marca a la Vigilia Pascual, así de sorprendente, la armonía entre Antiguo y Nuevo Testamento, sin la historia de su paso por el Mar Rojo, junto con su cántico, en Éxodo 14-15? (CEC 1093-1095). Las grandes fiestas del año litúrgico revelan la relación intrínseca de la liturgia judía y cristiana, como se puede ver en la celebración de la Pascua, donde es, “Pascua de la historia, orientada hacia el porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección de Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación definitiva” (CEC 1096).
Mientras, en la liturgia de la Nueva Alianza, la asamblea tiene que estar preparada para su encuentro con Cristo y su Iglesia, dicha preparación no es solamente una recepción intelectual de las verdades teológicas, sino un asunto interior del corazón donde mejor se expresa la conversión y la convicción hacia una vida en unión con la voluntad del Padre es más vivamente reconocida. Esta disponibilidad, o docilidad al Espíritu Santo, precede a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma, para sus posteriores afectos y efectos. (CEC 1097-1098).
La conexión del Espíritu Santo con la Iglesia manifiesta a Cristo y su obra salvadora en la liturgia. Especialmente en la Misa, la liturgia es el “memorial del misterio de la salvación”, mientras que el Espíritu Santo es la “memoria viva de la Iglesia” a causa de su memoria del misterio de Cristo. El primer modo en que el Espíritu Santo nos recuerda el significado del acontecimiento de la salvación es por la vida germinada en la palabra de Dios, proclamada litúrgicamente para que pueda convertirse en un plan de vida para aquellos que la escuchan.Sacrosanctum Concilium (SC 24) explica que la vitalidad de la Sagrada Escritura pone tanto a los ministros y a los fieles en una relación viva con Cristo. (CEC 1099-1101).
“En la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura es sumamente grande. Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu y de ella reciben su significado las acciones y los signos”. (SC 24).
La asamblea litúrgica, por tanto, no es esencialmente unPREX EUCHARISTICA IV.a colección de diferentes naturalezas, sino una comunión en la fe. La proclamación litúrgica exige una “respuesta de fe”, indicativo tanto del “consentimiento y del compromiso” y construido por el Espíritu Santo, que infunde a los miembros de la asamblea “un recuerdo de las obras maravillosas de Dios” en el desarrollo de una anamnesis. Después, el agradecimiento a Dios por todo lo que ha hecho, fluye de forma natural en la alabanza a Dios o doxología. (CEC 1102-1103).
En las celebraciones del Misterio Pascual, el Misterio Pascual no se repite. Son las celebraciones las que se repiten. En cada celebración, es la efusión del Espíritu Santo la que hace presente ese misterio específico. La epíclesis es la invocación del Espíritu Santo, y al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Sagrada Eucaristía con las disposiciones correctas, los mismos fieles se convierten en una ofrenda viva a Dios, deseosos en su esperanza por la herencia celestial y testigos de la vida del Espíritu Santo, más allá de la misma celebración litúrgica. Entonces, “Comunión con la Santísima Trinidad y comunión fraterna son un binomio inseparable del fruto del Espíritu en la liturgia” (CEC 1104-1109). Como escribió el abad Alcuino Deutsch de Collegeville, en el prefacio de 1926 de la traducción al inglés hecha por Virgil Michel de La piété de l'Église de Lambert Beauduin, “La liturgia es la expresión, de una manera solemne y pública, de las creencias, los amores, las aspiraciones, las esperanzas y los temores de los fieles ante Dios. [...] Es el producto de una emocionante experiencia; esta palpita con la vida y el calor del fuego del Espíritu Santo, de cuyas palabras está llena, y bajo cuya inspiración es por lo que hoy existe. Como ninguna otra cosa, esta tiene el poder de conmover el alma, de vivificarla y de darle sabor a las cosas de Dios”. (p. IV).

RESUMEN

1110 En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción filial.

1111 La obra de Cristo en la Liturgia es sacramental porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo dispensa el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la Liturgia celestial.

1112 La misión del Espíritu Santo en la Liturgia de la Iglesia es la de preparar la Asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia.

Artículo 2 EL MISTERIO PASCUAL EN LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
1113 Toda la vida litúrgica de la Iglesia gravita en torno al Sacrificio eucarístico y los sacramentos (cf SC 6). Hay en la Iglesia siete sacramentos: Bautismo, Confirmación o Crismación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio (cf DS 860; 1310; 1601). En este Artículo se trata de lo que es común a los siete sacramentos de la Iglesia desde el punto de vista doctrinal. Lo que les es común bajo el aspecto de la celebración se expondrá en el capítulo II, y lo que es propio de cada uno de ellos será objeto de la sección II.

I. LOS SACRAMENTOS DE CRISTO

1114 "Adheridos a la doctrina de las Santas Escrituras, a las tradiciones apostólicas y al sentimiento unánime de los Padres", profesamos que "los sacramentos de la nueva Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo" (DS 1600 - 1601).

1115 Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas. Anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban aquello que él daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento. Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante, por los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos, porque "lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios" (S. León Magno, serm. 74, 2).

1116 Los sacramentos, como "fuerzas que brotan" del Cuerpo de Cristo (cf Lc 5, 17; Lc 6, 19; Lc 8, 46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son "las obras maestras de Dios" en la nueva y eterna Alianza.

II. LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

1117 Por el Espíritu que la conduce "a la verdad completa" (Jn 16, 13), la Iglesia reconoció poco a poco este tesoro recibido de Cristo y precisó su "dispensación", tal como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina de la fe, como fiel dispensadora de los misterios de Dios (cf Mt 13, 52; 1Co 4, 1). Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos, que, entre sus celebraciones litúrgicas, hay siete que son, en el sentido propio del término, sacramentos instituidos por el Señor.

1118 Los sacramentos son "de la Iglesia" en el doble sentido de que existen "por ella" y "para ella". Existen "por la Iglesia" porque ella es el sacramento de la acción de Cristo que actúa en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen "para la Iglesia", porque ellos son "sacramentos que constituyen la Iglesia" (S. Agustín, civ. 22, 17; S. Tomás de Aquino, s. th. 3, 64, 2 ad 3), manifiestan y comunican a los hombres, sobre todo en la Eucaristía, el misterio de la Comunión del Dios Amor, uno en tres Personas.

1119 Formando con Cristo - Cabeza "como una única persona mística" (Pío XII, enc. "Mystici Corporis"), la Iglesia actúa en los sacramentos como "comunidad sacerdotal" "orgánicamente estructurada" (LG 11): gracias al Bautismo y la Confirmación, el pueblo sacerdotal se hace apto para celebrar la Liturgia; por otra parte, algunos fieles "que han recibido el sacramento del orden están instituidos en nombre de Cristo para ser los pastores de la Iglesia con la palabra y la gracia de Dios" (LG 11).

1120 El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial (LG 10) está al servicio del sacerdocio bautismal. Garantiza que, en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su persona (cf Jn 20, 21 - 23; Lc 24, 47; Mt 28, 18 - 20). Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental que une la acción litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos.

1121 Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal confieren, además de la gracia, un carácter sacramental o "sello" por el cual el cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y funciones diversos. Esta configuración con Cristo y con la Iglesia, realizada por el Espíritu, es indeleble (Cc. de Trento: DS 1609); permanece para siempre en el cristiano como disposición positiva para la gracia, como promesa y garantía de la protección divina y como vocación al culto divino y al servicio de la Iglesia. Por tanto, estos sacramentos no pueden ser reiterados.

III. LOS SACRAMENTOS DE LA FE

1122 
Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24, 47). "De todas las naciones haced discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental está implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es preparado por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra:
"El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la palabra de Dios vivo… necesita la predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que nace y se alimenta de la palabra" (PO 4).

1123 "Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen un fin instructivo. No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por se llaman sacramentos de la fe" (SC 59).

1124 La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los Apóstoles, de ahí el antiguo adagio: "Lex orandi, lex credendi" ("La ley de la oración es la ley de la fe") (o: "legem credendi lex statuat supplicandi" ["La ley de la oración determine la ley de la fe"], según Próspero de Aquitania, siglo V, ep. 217). La ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora. La Liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición santa y viva (cf. DV 8).

1125 Por eso ningún rito sacramental puede ser modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso la suprema autoridad de la Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de la fe y en el respeto religioso al misterio de la liturgia.

1126 Por otra parte, puesto que los sacramentos expresan y desarrollan la comunión de fe en la Iglesia, la lex orandi es uno de los criterios esenciales del diálogo que intenta restaurar la unidad de los cristianos (cf UR 2 y 15).

IV. LOS SACRAMENTOS DE LA SALVACIÓN

1127 Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan (cf Cc. de Trento: DS 1605 y 1606). Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; El es quien bautiza, él quien actúa en sus sacramentos con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en Vida divina lo que se somete a su poder.

1128 Tal es el sentido de la siguiente afirmación de la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1608): los sacramentos obran ex opere operato (según las palabras mismas del Concilio: "por el hecho mismo de que la acción es realizada"), es decir, en virtud de la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por todas. De ahí se sigue que "el sacramento no actúa en virtud de la justicia del hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios" (S. Tomás de A. , STh 3, 68, 8). En consecuencia, siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad personal del ministro. Sin embargo, los frutos de los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe.

1129 La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la salvación (cf Cc. de Trento: DS 1604). La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica (cf 2P 1, 4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador.

V. LOS SACRAMENTOS DE LA VIDA ETERNA

1130 La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" 
y "Dios sea todo en todos" (1Co 11, 26; 1Co 15, 28). Desde la era apostólica, la Liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: "¡Marana tha!" (1Co 16, 22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros… hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22, 15 - 16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2, 13). "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!… ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 17. 20).
S. Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: "Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera", STh 3, 60, 3).

RESUMEN

1131 
Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas.

1132 La Iglesia celebra los sacramentos como comunidad sacerdotal estructurada por el sacerdocio bautismal y el de los ministros ordenados.

1133 El Espíritu Santo dispone a la recepción de los sacramentos por la Palabra de Dios y por la fe que acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos. Así los sacramentos fortalecen y expresan la fe.

1134 El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una parte, este fruto es para todo fiel la vida para Dios en Cristo Jesús: por otra parte, es para la Iglesia crecimiento en la caridad y en su misión de testimonio.

CAPITULO SEGUNDO: LA CELEBRACIÓN SACRAMENTAL DEL MISTERIO PASCUAL
1135 La catequesis de la Liturgia implica en primer lugar la inteligencia de la economía sacramental (capítulo primero). A su luz se revela la novedad de su celebración. Se tratará, pues, en este capítulo de la celebración de los sacramentos de la Iglesia. A través de la diversidad de las tradiciones litúrgicas, se presenta lo que es común a la celebración de los siete sacramentos. Lo que es propio de cada uno de ellos, será presentado más adelante. Esta catequesis fundamental de las celebraciones sacramentales responderá a las cuestiones inmediatas que se presentan a un fiel al respecto:
- quién celebra
- cómo celebrar
- cuándo celebrar
- dónde celebrar

Artículo 1 CELEBRAR LA LITURGIA DE LA IGLESIA

I. ¿QUIEN CELEBRA?

1136 La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Por tanto, quienes celebran esta "acción", independientemente de la existencia o no de signos sacramentales, participan ya de la Liturgia del cielo, allí donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta.

La celebración de la Liturgia celestial

1137 El Apocalipsis de S. Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap 4, 2): "el Señor Dios" (Is 6, 1; cf Ez 1, 26-28). Luego revela al Cordero, "inmolado y de pie" (Ap 5, 6; cf Jn 1, 29): Cristo crucificado y resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4, 14-15; Hb 10, 19-21; etc), el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado" (Liturgia de San Juan Crisóstomo, Anáfora). Y por último, revela "el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22, 1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo (cf Jn 4, 10-14; Ap 21, 6).

1138 "Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio: las Potencias celestiales (cf Ap 4 - 5; Is 6, 2 - 3), toda la creación (los cuatro Vivientes), los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil, cf Ap 7, 1 - 8; Ap 14, 1), en particular los mártires "degollados a causa de la Palabra de Dios", Ap 6, 9 - 11), y la Santísima Madre de Dios (la Mujer, cf Ap 12, la Esposa del Cordero, cf Ap 21, 9), finalmente "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7, 9).

1139 En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos.

Los celebrantes de la liturgia sacramental

1140 Es toda la Comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra. "Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia
, que es `sacramento de unidad', esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual" (SC 26). Por eso también, "siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan una celebración común, con asistencia y participación activa de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada" (SC 27)

1141 La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, "por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan a través de todas las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales" (LG 10). Este "sacerdocio común" es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros (cf LG 10; 34; PO 2):
"La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1P 2, 9; cf 1P 2, 4 - 5)" (SC 14).

1142 Pero "todos los miembros no tienen la misma función" (Rm 12, 4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (cf PO 2 y 15). El ministro ordenado es como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.

1143 En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen también otros ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las necesidades pastorales. "Los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen a la 'schola cantorum' desempeñan un auténtico ministerio litúrgico" (SC 29).

1144 Así, en la celebración de los sacramentos, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función, pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde según la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 28).

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

¿Quién celebra? (CEC nn. 1136-1144)
El Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), invocando la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium (cf. n. 8), enseña que “en la liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en un anticipo de la liturgia celestial que se celebra en la Ciudad Santa de Jerusalén” (n. 1090). Teniendo este conocimiento puramente teológico, a continuación, confirma que “los que celebran el culto litúrgico, ya están de alguna manera, más allá de los signos, en la liturgia celestial, donde la celebración es enteramente comunión y fiesta” (n. 1136). Y añade: “En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar, cuando celebramos, en los sacramentos, el misterio de la salvación” (n. 1139).
La acción litúrgica entonces no termina sólo en su dimensión histórica. Más bien, es una prueba (cf. Juan Pablo II, Audiencia general, 28 de junio de 2000), un pálido reflejo de la realidad, sin embargo (cf. Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas en la Catedral de Notre-Dame de París, 12 de septiembre de 2008), de lo que se lleva a cabo en las alturas sin cesar. La liturgia eclesial, por lo tanto, no es sólo una imitación más o menos fiel de la liturgia celeste, ni mucho menos una celebración de forma paralela o alternativa. Más bien, significa y representa una concreta manifestación sacramental de la liturgia eterna.
Una de las imágenes bíblicas que están en la base de todo esto propone el libro del Apocalipsis, en cuyas páginas se delinea un luminoso icono de la liturgia celestial (cf. Ap 4-5; 6,9, 7,1 a 9, 12; 14.1, 21, 22.1, y también CEC, nº 1137-1138).
Es la entera creación la que eleva una alabanza incesante a Dios. Y es justamente a esta liturgia ininterrumpida de los cielos a la que la comunidad formada por el pueblo santo de Dios, reunido en fraternal regocijo en la asamblea litúrgica, místicamente se asocia en las celebraciones eclesiales. El cielo y la tierra se reúnen en una sublime communio sanctorum.
No resulta entonces difícil comprender la verdad de fe expuesta por el Catecismo cuando enseña que la liturgia es la acción del “Cristo total” (CEC nº 1136), que está inseparablemente unido a la Cabeza de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia en su conjunto: celeste, purgante, peregrinante.
La acción litúrgica que se lleva a cabo, además, no representa simplemente la celebración de los miembros de una comunidad eclesial particular. Es siempre toda la Iglesia, la universal, la que está realmente implicada. Más todavía, es propio en la liturgia donde la descripción escultórica de la Iglesia como “sacramento de unidad” se realiza en su máximo fulgor. En ella, de hecho, la íntima unidad que vige entre los fieles se hace expresión viva, real y concreta.
En este sentido, el CEC, nº 1140, también habla de la preferencia que, en el culto litúrgico, se debe dar a la celebración comunitaria respecto a la individual y casi privada. Esto se debe principalmente al valor de “epifanía” de la liturgia: el rito comunitario, es decir, no es un rito que “vale” más, pero sin duda es un rito que manifiesta mejor el carácter eclesial de toda celebración litúrgica.
En el mismo número del Catecismo también se especifica que no todos los ritos litúrgicos implican una celebración comunitaria: esto es particularmente cierto para el Sacramento de la Reconciliación (¡cuya celebración —excepto casos muy excepcionales— debe ser individual!), para la Unción de los enfermos y para numerosos Sacramentales. El Sacrificio eucarístico representa en cambio el grado máximo que puede expresar la celebración comunitaria: se ofrece en nombre de toda la Iglesia, es el signo principal de la unidad, el mayor vínculo de la caridad.
Hay que decir sin embargo que, aun cuando la acción litúrgica se realiza según la modalidad individual, nunca pierde su carácter esencialmente eclesial, comunitario y público.
Es necesario, luego, que la participación en la acción litúrgica sea “activa”, es decir, que cada fiel no asegure sólo una presencia exterior, sino también una interior implicación a través de una atención consciente de la mente y una disposición del corazón, que son tanto respuesta del hombre provocada por la gracia como una cooperación fructífera con ella.
La dimensión comunitaria esencial de la liturgia no excluye, sin embargo, que coexista la dimensión jerárquica (al contrario, el concepto mismo de “Comunidad eclesial” requiere e incluye el de la “Jerarquía eclesial”). El Culto litúrgico, de hecho, reflejando la naturaleza teándrica de la Iglesia, es la acción de todo el pueblo santo de Dios, que es ordenado y actúa bajo la dirección de los ministros sagrados. La mención expresa de los obispos (cf. CEC nº 1140) es un recordatorio de la constitutiva centralidad de la figura episcopal, en torno a la cual gira la vida litúrgica de la Iglesia local. En palabras más simples, aunque la celebración es de toda la Iglesia, no puede llevarse a cabo sin los ministros sagrados. En particular, esto se aplica a la Eucaristía, cuya celebración está reservada a los sacerdotes por derecho divino.
Dentro de la acción litúrgica, entendida como una clara manifestación de la unidad del Cuerpo de la Iglesia, en virtud de su Bautismo, el fiel individual realiza su tarea, según su estado de vida y el oficio que desempeña dentro de la comunidad (cf. CEC, nn. 1142-1144). Además de los ministros sagrados (obispos, sacerdotes y diáconos), también hay una variedad de ministerios litúrgicos (sacristán, monaguillo, lector, salmista, acólito, comentaristas, músicos, cantores, etc.) cuya tarea está regulada por la Iglesia, o determinado y especificado por el obispo diocesano según las tradiciones litúrgicas y las necesidades pastorales de la Iglesia particular a la que está destinado.

II. ¿COMO CELEBRAR?

Signos y símbolos
1145 Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.

1146 Signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios.

1147 Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador (cf Sb 13, 1; Rm 1, 19-20; Hch 14, 17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.

1148 En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.

1149 Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo.

1150 Signos de la Alianza. El pueblo elegido recibe de Dios signos y símbolos distintivos que marcan su vida litúrgica: no son ya solamente celebraciones de ciclos cósmicos y de acontecimientos sociales, sino signos de la Alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo. Entre estos signos litúrgicos de la Antigua Alianza se puede nombrar la circuncisión, la unción y la consagración de reyes y sacerdotes, la imposición de manos, los sacrificios, y sobre todo la pascua. La Iglesia ve en estos signos una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza.

1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc 8, 10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9, 6; Mc 7, 33-35; Mc 8, 22-25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la Pascua (cf Lc 9, 31; Lc 22, 7-20), porque él mismo es el sentido de todos esos signos.

1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria del cielo.

Palabras y acciones
1153 Toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo
 a través de acciones y de palabras. Ciertamente, las acciones simbólicas son ya un lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios y la respuesta de fe acompañen y vivifiquen estas acciones, a fin de que la semilla del Reino dé su fruto en la tierra buena. Las acciones litúrgicas significan lo que expresa la Palabra de Dios: a la vez la iniciativa gratuita de Dios y la respuesta de fe de su pueblo.

1154 La liturgia de la Palabra es parte integrante de las celebraciones sacramentales. Para nutrir la fe de los fieles, los signos de la Palabra de Dios deben ser puestos de relieve: el libro de la Palabra (leccionario o evangeliario), su veneración (procesión, incienso, luz), el lugar de su anuncio (ambón), su lectura audible e inteligible, la homilía del ministro, la cual prolonga su proclamación, y las respuestas de la asamblea (aclamaciones, salmos de meditación, letanías, confesión de fe… ).

1155 La palabra y la acción litúrgica, indisociables en cuanto signos y enseñanza, lo son también en cuanto que realizan lo que significan. El Espíritu Santo, al suscitar la fe, no solamente procura una inteligencia de la Palabra de Dios suscitando la fe, sino que también mediante los sacramentos realiza las "maravillas" de Dios que son anunciadas por la misma Palabra: hace presente y comunica la obra del Padre realizada por el Hijo amado.

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

¿Cómo celebrar? / 1: Signos y símbolos, palabras y acciones (CIC 1145-1155)

La Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium define la sagrada liturgia como «el ejercicio de la función (munus) sacerdotal de Jesucristo», en el que «la santificación del hombre se expresa mediante signos sensibles y se realiza de un modo propio en cada uno de ellos» (núm. 7). En la vida sacramental de la iglesia, el "tesoro escondido en el campo", del que habla Jesús en la parábola del evangelio (Mt. 13,44), se hace perceptible a los fieles a través de los signos sagrados. Mientras que los elementos esenciales de los sacramentos —la forma y la materia en términos de la teología escolástica—, se distinguen con una humildad y sencillez maravillosa, la liturgia, como acto sagrado, los envuelve en ritos y ceremonias que ilustran y hacen comprender mejor la gran realidad del misterio. Por lo tanto, se da una traducción en elementos sensibles, y por lo tanto más accesibles al conocimiento humano, para que la comunidad cristiana —«sacris actionibus erudita - instruida por las acciones sagradas», como dice una antigua oración del Sacramentario Gregoriano (cf. Missale Romanum 1962, Oración Colecta, Sábado después del primer domingo de la Pasión)—, esté preparada a recibir la gracia divina.
Por el hecho de que la celebración sacramental «está entretejida de signos y símbolos», se expresa «la pedagogía divina de la salvación» (Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], n. 1145), ya enunciada de modo elocuente por el Concilio de Trento. Reconociendo que «la naturaleza humana es tal, que no fácilmente se aviene a la meditación de las cosas divinas, sin recursos externos», la iglesia «utiliza velas, incienso, vestidos y muchos otros elementos transmitidos por la enseñanza y la tradición apostólica, con los que se destaca la majestuosidad de un Sacrificio tan grande [la Santa Misa]; y las mentes de los fieles son llevadas de estos signos visibles de la religión y la piedad, a la contemplación de las cosas altas, que están ocultas en este Sacrificio» (Concilio de Trento, Sesión XXII, 1562, Doctrina de ss. Missae Sacrificio, c. 5, DS 1746).
En esta realidad que expresa una exigencia antropológica: «Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios» (CIC, n. 1146), los símbolos y signos en la celebración litúrgica pertenecen a aquellos aspectos materiales que no se pueden desatender. El hombre, criatura compuesta de cuerpo y alma, necesita usar también las cosas materiales en la adoración de Dios, por que requiere alcanzar las realidades espirituales a través de signos visibles. La expresión interna del alma, si es auténtica, busca al mismo tiempo una manifestación externa del cuerpo; y a la vez, la vida interior está sostenida por los actos externos, los actos litúrgicos.
Muchos de estos símbolos, al igual que los gestos de la oración (los brazos abiertos, las manos juntas, arrodillarse, ir en procesión, etc.), pertenecen al patrimonio común de la humanidad, como lo demuestran las diversas tradiciones religiosas. «La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo» (CIC, n. 1149).
De central importancia son los signos de la Alianza, «símbolos de las grandes acciones de Dios a favor de su pueblo», entre los que se incluyen «la imposición de las manos, los sacrificios, y sobre todo la Pascua. La Iglesia ve en estos signos una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza» (CIC, n. 1150). El mismo Jesús utiliza estos signos en su ministerio terrenal, y le da un nuevo significado, sobre todo en la institución de la Eucaristía. El Señor Jesús tomó pan, lo partió y lo dio a sus apóstoles, haciendo así un gesto que corresponde a una verdad profunda que la expresa de modo sensible. Los signos sacramentales, que se han desarrollado en la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo, continúan esta obra de santificación, y, al mismo tiempo, «prefiguran y anticipan la gloria del cielo» (CIC, n. 1152).
Como la liturgia tiene su propio lenguaje, que se expresa en signos y en símbolos, su comprensión no es meramente intelectual, sino que implica al hombre por completo, incluida la imaginación, la memoria, y de alguna manera los cinco sentidos. Sin embargo, no debemos pasar por alto la importancia de la palabra: la Palabra de Dios proclamada en la celebración sacramental y la palabra de fe que responde a esta. Incluso san Agustín de Hipona señaló que la «causa eficiente» del sacramento —que hace de un elemento material el signo de una realidad espiritual, y le concede a aquel elemento el don de la gracia divina—, es la palabra de bendición pronunciada en nombre de Cristo por el ministro de la iglesia. Como escribe el gran Doctor de la iglesia referido al bautismo: «Elimina la palabra, ¿y qué es el agua, sino agua? Se adosa la palabra al elemento, y se tiene el sacramento (Accedit verbum ad elementum et fit sacramentum)» (In Iohannis evangelium tractatus, 80, 3).
Por último, las palabras y las acciones litúrgicas son inseparables y componen los sacramentos, a través de los cuales el Espíritu Santo realiza «las "maravillas" de Dios que son anunciadas por la misma Palabra: hace presente y comunica la obra del Padre realizada por el Hijo amado» (CIC, n . 1155).

Canto y música

1156
 "La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne" (SC 112). La composición y el canto de Salmos inspirados, con frecuencia acompañados de instrumentos musicales, estaban ya estrechamente ligados a las celebraciones litúrgicas de la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta tradición: "Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5, 19; cf Col 3, 16 - 17). "El que canta ora dos veces" (S. Agustín, sal. 72, 1).

1157 El canto y la música cumplen su función de signos de una manera tanto más significativa cuanto "más estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica" (SC 112), según tres criterios principales: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración. Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles (cf SC 112):
"¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas" (S. Agustín, Conf. 9, 6, 14).

1158 La armonía de los signos (canto, música, palabras y acciones) es tanto más expresiva y fecunda cuanto más se expresa en la riqueza cultural propia del pueblo de Dios que celebra (cf SC 119). Por eso "foméntese con empeño el canto religioso popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en las mismas acciones litúrgicas", conforme a las normas de la Iglesia "resuenen las voces de los fieles" (SC 118). Pero "los textos destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más aún, deben tomase principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas" (SC 121).

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¿Cómo celebrar?/2: Canto y Música (CEC 1156-1158)
Desde tiempo inmemorial, el canto y la música bella han proporcionado una conexión con las alturas y las profundidades de la emoción humana. No obstante estos sean formativos en la liturgia, su propósito más elevado es el de dar gloria a Dios en el culto que, inevitablemente, eclipsa su noble pero limitado destino de satisfacer el deseo primario de una puesta en escena brillante. Dado que sobre todo está orientada hacia Dios, "la tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne"(Catecismo de la Iglesia Católica [CEC] 1156 y Sacrosanctum Concilium [SC] 112). Según la tradición de la Antigua Alianza, no sólo los salmos y los himnos son fundamentales en la liturgia judía y cristiana, sino también la diversidad musical y los registros simbólicos de los varios instrumentos musicales (CEC 1156). Desde una perspectiva moderna, es difícil establecer cuáles son todos los instrumentos, sin embargo un sentido de su sinfonía puede ser asimilado gracias a nuestro aprecio por la versatilidad de un órgano de tubos que anuncia, tan hábilmente, las atmósferas distintivas del año litúrgico. No debemos perder de vista el llamado de SC 120 sobre el aprecio en particular que debe recibir el órgano de tubos, aún cuando otros instrumentos están permitidos en la liturgia, sobre la base de que sean apropiados para el uso sagrado.
Las distintas atmósferas expresadas por los diferentes géneros de los instrumentos musicales en la liturgia del Antiguo Testamento, son indicadas según su rango. Entre los instrumentos de cuerda, fueron la lira y la cítara o kinnōr los que se oyeron en el templo durante las fiestas, así como en los banquetes, tal como se indica en 1 Crónicas 15,16 y en Isaías 5,12. Más aún, era el mismo instrumento utilizado por David para confortar a Saúl como se indica en 1 Samuel 16, 23. El nebel o arpa que se tocaba con frecuencia junto con la lira, como se sugiere en el Salmo 108 (107). El nebel de diez cuerdas que se encuentran en el Salmo 144 (143) puede ser comparable a una cítara y muy diferente a un laúd. Entre los instrumentos de viento estaban la trompeta en Números 10, que se utilizaba para fiestas y otras ceremonias importantes; la flauta, que figura en el grupo de instrumentos en Daniel 3,5 y elhalīl o tubo de caña que se utilizó para simbolizar el dolor en Jeremías 48,36 y para proclamar la alegría en 1 Reyes 1,40. No estuvieron menos presentes los instrumentos de percusión como los platillos del Salmo 150 y los cascabeles en las vestiduras de Aarón en Éxodo 28,33-35.
Los tesoros de la liturgia infunden vida cuando son celebrados, y dignifican el canto y la música del culto. El acto mismo del intercambio entre nosotros y Dios actualiza el lugar donde habita Dios y en el que los seres humanos son tocados por la vida misma de Dios. Esta morada de Dios se encuentra en la liturgia. La liturgia no es un mero símbolo del misterio divino, o un mero símbolo de la verdad de la revelación católica. Se hace presente ante nosotros en y a través de la celebración litúrgica. Estos componentes esenciales de la liturgia nos demuestran que nuestras celebraciones no pueden ser limitadas a lo que sentimos o a un imperativo emocional para sentirnos bien por lo que celebramos y cómo lo celebramos; no importa lo importantes que sean estos aspectos en el modo en el que dirigimos un mensaje a Dios. La liturgia debe comunicar el significado de la Iglesia y, al mismo tiempo, su significado entre los participantes que, a su vez, son alimentados por el Espíritu y por la Verdad. La fidelidad a lo que parece una relación distante, en la liturgia será una percepción temporal si las personas se adaptan a la lengua sagrada de la Misa. No se debe subestimar a la gente implicada que debe reconocerla y, con el tiempo, crecerá el amor por los textos a medida que se conozcan cada vez más. Son tres los criterios que se deben tener presentes para el canto y la música, a fin de desarrollar su potencial: "la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración” (CEC 1157).
La liturgia delinea y crea relaciones. Las relaciones necesitan perseverar y dentro de ellas puede haber equívocos. La liturgia es el lugar de encuentro donde Dios muestra la profundidad de la alianza de su amor, por lo que "los hombres caídos pueden levantarse sobre las alas de la oración" (Stanbrook Abbey Hymnal, "Lord God, your light which dims the stars", vers. 2, año 1974). En la liturgia Dios se encuentra con el anthropos (hombre) en una tierra santa. Por eso, "foméntese con empeño el canto religioso popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en las mismas acciones litúrgicas", conforme a las normas de la Iglesia "resuenen las voces de los fieles" (SC 118, CEC 1158).
Por lo tanto, nuestro servicio a la liturgia en la celebración litúrgica no tiene previsto añadir nuestros gustos personales y nuestras opciones particulares, por delante de lo que la Iglesia ha transmitido hasta nosotros. La auténtica participación litúrgica celebrará verdades que trascienden el tiempo y el espacio, ya que "el Espíritu Santo guía a los fieles cristianos hacia la verdad completa y hace que la palabra de Cristo habite en abundancia en su interior, y la Iglesia perpetúa y transmite todo lo que es ella misma y todo lo que cree, aún cuando ofrece las oraciones de todos los fieles a Dios, por medio de Cristo y con el poder del Espíritu Santo" (SC 33; Liturgiam authenticam 19).

Imágenes sagradas

1159 La imagen sagrada, el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo. 
No puede representar a Dios invisible e incomprensible; la Encarnación del Hijo de Dios inauguró una nueva "economía" de las imágenes:
"En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura no podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios… con el rostro descubierto contemplamos la gloria del Señor" (S. Juan Damasceno, imag. 1, 16).

1160 La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente:
"Para expresar brevemente nuestra profesión de fe, conservamos todas las tradiciones de la Iglesia, escritas o no escritas, que nos han sido transmitidas sin alteración. Una de ellas es la representación pictórica de las imágenes, que está de acuerdo con la predicación de la historia evangélica, creyendo que, verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo cual es tan útil y provechoso, porque las cosas que se esclarecen mutuamente tienen sin duda una significación recíproca" (Cc. de Nicea II, año 787: COD 111).

1161 Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de testigos" (Hb 12, 1) que continúan participando en la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental. A través de sus iconos, es el hombre "a imagen de Dios", finalmente transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8, 29; 1Jn 3, 2), quien se revela a nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en Cristo:
"Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes, como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, tanto las pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos" (Cc. de Nicea II: DS 600).

1162 "La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios" (S. Juan Damasceno, imag. 127). La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.

III. ¿CUANDO CELEBRAR?

El tiempo litúrgico

1163 "La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana, en el día que llamó 'del Señor', conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo… Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación" (SC 102)

1164 El pueblo de Dios, desde la ley mosaica, tuvo fiestas fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las acciones maravillosas del Dios Salvador, para darle gracias por ellas, perpetuar su recuerdo y enseñar a las nuevas generaciones a conformar con ellas su conducta. En el tiempo de la Iglesia, situado entre la Pascua de Cristo, ya realizada una vez por todas, y su consumación en el Reino de Dios, la liturgia celebrada en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del Misterio de Cristo.

1165 Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su oración: ¡Hoy!, como eco de la oración que le enseñó su Señor (Mt 6, 11) y de la llamada del Espíritu Santo (Hb 3, 7-Hb 4, 11; Sal 95, 7). Este "hoy" del Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de la Pascua de Jesús que es eje de toda la historia humana y la guía:
"La vida se ha extendido sobre todos los seres y todos están llenos de una amplia luz: el Oriente de los orientes invade el universo, y el que existía "antes del lucero de la mañana" y antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo brilla sobre todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros que creemos en él, se instaura un día de luz, largo, eterno, que no se extingue: la Pascua mística" (S. Hipólito, pasc. 1-2).

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

¿Cuándo celebrar?/1: El tiempo litúrgico (CEC 1163-1165)
La Iglesia celebra cada año la redención cumplida por Jesucristo, empezando por el domingo, el día de la semana que toma el nombre del Señor resucitado, hasta terminar en la gran solemnidad de la Pascua anual. Pero se pasa revista y se hacen presentes todos los misterios de la vida de Cristo: ¿en qué sentido? Si Cristo es contemporáneo a cada hombre en cada tiempo, sus acciones, en cuanto Hijo de Dios, no son hechos del pasado sino actos siempre presentes en cada tiempo, con todos sus méritos, que por lo tanto portan salvación a cuantos hacen memoria (cf. Catecismo de la Iglesia Católica [CEC], 1163). Las acciones de Jesucristo son eternas como su palabra: comunican y explican la vida; por lo tanto no pasan, desde el mismo acto supremo de su sacrificio en la cruz; este es representado o renovado, como dice el mismo Catecismo, en cuanto no es nunca un pasado, sino que es siempre presente. Y nosotros hacemos memoria, obedientes a su invitación: «Hagan esto en memoria mía».
Quizás es importante comprender el concepto de memoria para entender el tiempo litúrgico: aquello no significa el recuerdo del pasado, sino la capacidad del hombre, dada por Dios, de comprender en el hoy, el pasado y el futuro. En efecto, el hombre que pierde la memoria, no solo olvida el pasado, sino que no comprende quién es al presente, y menos aún puede proyectarse al futuro.
Luego, en el fluir del tiempo están las fiestas cristianas –festum, en que se recuerda alguna cosa que ocurre, la gente se apresura, celebra, o sea frecuenta de modo numeroso–, pero también los días feriales en los que son necesariamente muchos, y sin embargo igualmente se hace memoria de Cristo, el cual es el mismo hoy y siempre. Las fiestas son en gran parte la continuación y el cumplimento de aquellas judías, empezando por la Pascua.
No basta conmemorarlas, o mejor aún sí se les conmemora dando gracias –por eso las fiestas se celebran esencialmente con la Eucaristía–, pero es necesario también transmitirlas a las nuevas generaciones y conformar a estas la propia vida. La moralidad del hombre depende de la memoria de Dios, dice san Agustín en las Confesiones: en la medida que se festeja más al Señor, podemos decir que uno se vuelve moral. El tiempo litúrgico se revela así como el tiempo de la Iglesia, colocado entre la Pascua histórica y la venida del Señor al final de los tiempos. El misterio de Cristo, atravesando el tiempo, hace nuevas todas las cosas. Por lo que cada vez que hacemos fiesta, recibimos la gracias que nos renueva y nos transforma (cf. CEC, 1164).
Pero en el léxico teológico-litúrgico hay un adverbio temporal que encierra bien el tiempo litúrgico: «hoy», en latín hodie, en griego kairòs. La liturgia, especialmente en las grandes fiestas, afirma que Cristo hoy ha nacido, hoy ha resucitado, hoy ha subido al cielo. No es un descubrimiento: Jesús mismo decía: «hoy ha llegado la salvación a esta casa…», «hoy estarás conmigo en el paraíso». Con Jesús, Hijo de Dios, el tiempo del hombre es «hoy», es presente. El Espíritu Santo es el que hace esto, con su irrupción en el tiempo y en el espacio. En Tierra Santa, la liturgia añade el adverbio de lugar: «aquí», hic. El Espíritu de Jesús resucitado hace entrar al hombre en el «ahora» de Dios que ha avenido en Cristo y que atraviesa el cosmos y la historia. Citando al Pseudo-Hipólito, el Catecismo recuerda que, para nosotros que creemos en Cristo, ha surgido un día de luz, largo, eterno, que no se apagará jamás: la Pascua mística (CEC, 1165).
Hemos iniciado afirmando que Jesús es nuestro contemporáneo: porque es el Hijo de Dios, el Viviente entrado en la historia. Sin Él, el año y las fiestas litúrgicas estarían vacías de sentido y privadas de eficacia para nuestra vida. «¿Qué significa afirmar que Jesús de Nazareth, que ha vivido entre Galilea y Judea hace dos mil años, es “contemporáneo” de todo hombre y mujer de hoy y de cualquier tiempo? Nos lo explica Romano Guardini, con palabras que permanecen actuales como cuando fueron escritas: “Su vida terrena ha entrado en la eternidad y por tal motivo está relacionada a cada hora del tiempo redimido por su sacrificio… En el creyente se cumple un misterio inefable: Cristo que está ‘allá arriba’, ‘sentado a la diestra del Padre’ (Col. 3,1), está también ‘en’ este hombre, con la plenitud de su redención; para que en cada cristiano se cumpla de nuevo la vida de Cristo, su crecimiento, su madurez, su pasión, muerte y resurrección, que contituyen la verdadera vida.” (R. Guardini, Il testamento di Gesù, Milán 1993, p. 141)» (Benedicto XVI, Mensaje al Congreso “Jesús, nuestro contemporáneo”, 09.02.2012).
El día de Cristo, el día que es Cristo, constituye el tiempo litúrgico. Quien lo siga, se ofrece a Él, se une a su sacrificio vivo con sí mismo, cumple la obra de Dios, es decir, hace liturgia. El tiempo litúrgico grafica la dimensión cósmica de la creación y de la redención del Señor que ha recapitulado en sí mismo todas las cosas, todo el tiempo y el espacio. Por eso la oración cristiana, la oración de aquellos que adoran al verdadero Dios, se dirige al oriente, punto cósmico de la aparición de la Presencia.
Y el tiempo y el espacio litúrgico lo han centrado en la Cruz, a la cual dirigirse para ver al Señor. ¿Cómo actualizaremos entre nosotros la percepción del tiempo litúrgico? Mirando a Cristo, principio y fin, alfa y omega del Apocalipsis, que hace nuevas todas las cosas. Justamente el simbolismo de la Pascua, con el encendido del cirio, sirve para recordarlo.

El día del Señor

1166 "La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón `día del Señor' o domingo" 
(SC 106). El día de la Resurrección de Cristo es a la vez el "primer día de la semana", memorial del primer día de la creación, y el "octavo día" en que Cristo, tras su "reposo" del gran Sabbat, inaugura el Día "que hace el Señor", el "día que no conoce ocaso" (Liturgia bizantina). El "banquete del Señor" es su centro, porque es aquí donde toda la comunidad de los fieles encuentra al Señor resucitado que los invita a su banquete (cf Jn 21, 12; Lc 24, 30):
"El día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día. Por eso es llamado día del Señor: porque es en este día cuando el Señor subió victorioso junto al Padre. Si los paganos lo llaman día del sol, también lo hacemos con gusto; porque hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha aparecido el sol de justicia cuyos rayos traen la salvación" (S. Jerónimo, pasch. ).

1167 El domingo es el día por excelencia de la Asamblea litúrgica, en que los fieles "deben reunirse para, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias a Dios, que los 'hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos'" (SC 106):
"Cuando meditamos, oh Cristo, las maravillas que fueron realizadas en este día del domingo de tu santa Resurrección, decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo comienzo la Creación… la salvación del mundo… la renovación del género humano… en él el cielo y la tierra se regocijaron y el universo entero quedó lleno de luz. Bendito es el día del domingo, porque en él fueron abiertas las puertas del paraíso para que Adán y todos los desterrados entraran en él sin temor" (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol 6, 1ª parte del verano, p. 193b).

El año litúrgico

1168 A partir del "Triduo Pascual", como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la Resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor. De esta fuente, por todas partes, el año entero queda transfigurado por la Liturgia.
 Es realmente "año de gracia del Señor" (cf Lc 4, 19). La Economía de la salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad.

1169 Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la "Fiesta de las fiestas", "Solemnidad de las solemnidades", como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). S. Atanasio la llama "el gran domingo" (Ep. fest. 329), así como la Semana santa es llamada en Oriente "la gran semana". El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido.

1170 En el Concilio de Nicea (año 325) todas las Iglesias se pusieron de acuerdo para que la Pascua cristiana fuese celebrada el domingo que sigue al plenilunio (14 del mes de Nisán) después del equinoccio de primavera. Por causa de los diversos métodos utilizados para calcular el 14 del mes de Nisán, en las Iglesias de Occidente y de Oriente no siempre coincide la fecha de la Pascua. Por eso, dichas Iglesias buscan hoy un acuerdo, para llegar de nuevo a celebrar en una fecha común el día de la Resurrección del Señor.

1171 El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua.

El santoral en el año litúrgico

1172 
"En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en ella mira y exalta el fruto excelente de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser" (SC 103).

1173 Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria de los mártires y los demás santos "proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con El; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos" (SC 104; cf SC 108 y 111).

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

¿Cuándo celebrar?/3: El año litúrgico (CEC 1168-1173)
En la Pascua –que significa inseparablemente cruz y resurrección– se sintetiza la entera historia de la salvación, está presente de forma concentrada toda la obra de la redención. “Se podría decir que la Pascua constituye la categoría central de la teología del Concilio” (J. Ratzinger, Opera omnia, 774). En este contexto se sitúa también el Año litúrgico. De hecho, “a partir del «Triduo Pascual», como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor” (Catecismo de la Iglesia Católica [CEC], 1168).
No podía ser de otro modo pues la Pasión, muerte y resurrección del Señor “es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la cruz y de la resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida” (CEC, 1085).
Es cierto que la crucifixión de Cristo, su muerte en la cruz y, de manera diferente, su resurrección del sepulcro, son acontecimientos históricos únicos que, en cuanto tales, pertenecen al pasado. Pero si únicamente fuesen hechos del pasado, no podría existir una real conexión con ellos. En último término no tendrían nada que ver con nosotros. Por eso el CEC prosigue diciendo: “La economía de la salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad” (CEC, 1168).
Hemos de reconocer que la resurrección está tan fuera de nuestro horizonte, resulta tan extraña a todas nuestras experiencias, que es posible que nos preguntemos: ¿En qué consiste propiamente eso de «resucitar»? ¿Qué significa para nosotros?
Benedicto XVI se aproxima a este Misterio y afirma: “La resurrección es –si podemos usar por una vez el lenguaje de la teoría de la evolución– la mayor «mutación», el salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva, que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente nuevo, que nos afecta y que atañe a toda la historia. [...] era uno con el Dios vivo, unido talmente a Él que formaba con Él una sola persona [...]. Su propia vida no era solamente suya, era una comunión existencial con Dios y un estar insertado en Dios, y por eso no se le podía quitar realmente. Él pudo dejarse matar por amor, pero justamente así destruyó el carácter definitivo de la muerte, porque en Él estaba presente el carácter definitivo de la vida. Él era una cosa sola con la vida indestructible, de manera que ésta brotó de nuevo a través de la muerte. Expresemos una vez más lo mismo desde otro punto de vista. Su muerte fue un acto de amor. En la última cena, Él anticipó la muerte y la transformó en el don de sí mismo. Su comunión existencial con Dios era concretamente una comunión existencial con el amor de Dios, y este amor es la verdadera potencia contra la muerte, es más fuerte que la muerte” (Homilía, 15 de abril de 2006).
Este es el verdadero núcleo y la verdadera grandeza de la Eucaristía, que siempre es más que un banquete, pues por su celebración se hace presente el Señor, junto con los méritos de su muerte y resurrección, acontecimiento central de nuestra salvación (cf. Ecclesia de Eucharistia, 11). Así, “el Misterio de la resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido” (CEC, 1169). Esto acontece porque Cristo, Dios y hombre, mantiene siempre actual, en su dimensión personal de eternidad, el valor de hechos históricos del pasado, cuales son su muerte y resurrección.
Por eso la Iglesia celebra la obra salvífica de Cristo, cada semana en el día del Señor, en el que la Celebración eucarística supone un encaminarse hacia el interior de la contemporaneidad con el misterio de la Pascua de Cristo, y una vez al año, en la máxima solemnidad de la Pascua que no es simplemente una fiesta entre otras: es la “Fiesta de las fiestas”, “Solemnidad de las solemnidades” (CEC, 1169).
Por otra parte, del mismo modo que “durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual” (CEC, 1085) ahora durante el tiempo de la Iglesia el año litúrgico se presenta como “el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al misterio de la Encarnación que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua” (CEC, 1171).
Finalmente a lo largo del año litúrgico la Iglesia venera de modo especial a la Santísima Virgen, “unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en ella mira y exalta el fruto más excelente de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser” (CEC, 1172). Y en el recuerdo de los santos “proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con Él; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos” (CEC, 1173).

La Liturgia de las Horas
1174 El Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía, especialmente en la Asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas, "el Oficio divino" (cf SC IV). Esta celebración, en fidelidad a las recomendaciones apostólicas de "orar sin cesar" (1Ts 5, 17; Ef 6, 18), "está estructurada de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche" (SC 84). Es "la oración pública de la Iglesia" (SC 98) en la cual los fieles (clérigos, religiosos y laicos) ejercen el sacerdocio real de los bautizados. Celebrada "según la forma aprobada" por la Iglesia, la Liturgia de las Horas "realmente es la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre" (SC 84).

1175 La Liturgia de las Horas está llamada a ser la oración de todo el Pueblo de Dios. En ella, Cristo mismo "sigue ejerciendo su función sacerdotal a través de su Iglesia" (SC 83); cada uno participa en ella según su lugar propio en la Iglesia y las circunstancias de su vida: los sacerdotes en cuanto entregados al ministerio pastoral, porque son llamados a permanecer asiduos en la oración y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5); los religiosos y religiosas por el carisma de su vida consagrada (cf SC 98); todos los fieles según sus posibilidades: "Los pastores de almas debe procurar que las Horas principales, sobre todo las Vísperas, los domingos y fiestas solemnes, se celebren en la en la Iglesia comunitariamente. Se recomienda que también los laicos recen el Oficio divino, bien con los sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso solos" (SC 100).

1176 Celebrar la Liturgia de las Horas exige no solamente armonizar la voz con el corazón que ora, sino también "adquirir una instrucción litúrgica y bíblica más rica especialmente sobre los salmos" (SC 90).

1177 Los signos y las letanías de la Oración de las Horas insertan la oración de los salmos en el tiempo de la Iglesia, expresando el simbolismo del momento del día, del tiempo litúrgico o de la fiesta celebrada. Además, la lectura de la Palabra de Dios en cada Hora (con los responsorios y los troparios que le siguen), y, a ciertas Horas, las lecturas de los Padres y maestros espirituales, revelan más profundamente el sentido del Misterio celebrado, ayudan a la inteligencia de los salmos y preparan para la oración silenciosa. La lectio divina, en la que la Palabra de Dios es leída y meditada para convertirse en oración, se enraíza así en la celebración litúrgica.

1178 La Liturgia de las Horas, que es como una prolongación de la celebración eucarística, no excluye sino acoge de manera complementaria las diversas devociones del Pueblo de Dios, particularmente la adoración y el culto del Santísimo Sacramento.

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

Cuándo celebrar/4: La Liturgia de las Horas (CEC, 1174-1178)
La sección litúrgica del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), en el párrafo «¿Cuándo celebrar?», dedica un espacio al «Oficio Divino», hoy llamado «Liturgia de las Horas» (LdH). La LdH es parte del Culto divino de la Iglesia, y no un mero apéndice de los sacramentos. Es sagrada Liturgia en el verdadero sentido. En la LdH, como en el sacramental (en particular la Liturgia Eucarística, de la cual el Oficio es como una extensión), se entrecruzan dos dinámicas: «desde lo alto» y «desde abajo».
Considerada «desde lo alto», la LdH fue traída a la tierra por el Verbo, cuando se hizo hombre para redimirnos. Por eso, el Oficio Divino se define como «el himno que se canta en el Cielo por toda la eternidad», introducido «en el exilio terreno» por el Verbo encarnado (cfr. Pío XII, Mediator Dei: EE 6/565; también: Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium [SC], n. 83). Podemos cantar las alabanzas de Dios, porque Dios mismo nos permite esto y nos enseña cómo hacerlo. En este sentido, la LdH representa la reproducción, obrada por la Iglesia peregrina y militante, del canto de los espíritus celestiales y de los bienaventurados, que forman la Iglesia gloriosa del Cielo. Es por esta razón que el lugar donde los monjes, frailes y canónigos se reúnen para rezar el Oficio ha tomado el nombre de «coro»: el cual quiere reproducir visiblemente las órdenes angelicales y los coros de los santos, que constantemente alaban la majestad de Dios (cfr. Is. 6,1-4; Ap. 5,6-14). Por lo tanto, el coro está estructurado en forma circular no para facilitar la mirada del uno al otro, mientras se celebra la LdH, sino para representar el «asomarse el cielo sobre la tierra» (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 35) que se produce cuando celebramos el Culto Divino.
En segundo lugar, una dinámica que refleja la LdH «desde abajo» hacia «lo alto», es el movimiento por el cual la Iglesia terrena alaba, adora, agradece a su Señor y le suplica, en el transcurso del día. En todo momento recibimos beneficios de parte del Señor, por lo que es justo que le demos las gracias por ello, a cada hora del día.
Por eso santo Tomás de Aquino considera que la oración es un acto que, perteneciendo a la virtud de la religión, hace referencia a la virtud de la justicia (cf. S. Th. II-II, 80, 1, 83, 3). Con el «Prefacio» de la Santa Misa, podemos decir que «en verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación» alabar al Señor en todo momento del día. Cristo ha sido el primero en dar el ejemplo de una oración constante, día y noche (cf. Mt. 14,23, Mc. 1,35; Heb. 5,7). El Señor también ha recomendado orar siempre y no desfallecer (cf. Lc. 18,1). Fiel a las palabras y al ejemplo de su Fundador (cf. 1 Ts. 5.17, Ef. 6,18), desde los tiempos apostólicos, la Iglesia ha desarrollado su propia oración diaria según un ritmo ordenado que cubriese la jornada entera, asumiendo en una forma nueva, las prácticas litúrgicas del templo de Jerusalén. Es cierto que las dos horas canónicas principales (Laudes y Vísperas) han surgido en relación con los dos sacrificios diarios del templo: el matutino y el vespertino. Incluso las oraciones de Tercia, Sexta y Nona corresponden a tantos otros momentos de oración en la práctica judía. En el día de Pentecostés, los apóstoles estaban reunidos en oración en la Hora Tercia (cf. Hch. 2,15). San Pedro tuvo la visión de la tela que bajaba del cielo, mientras estaba en oración en una terraza hacia la Hora Sexta (cf. Hch. 10,9). En otra ocasión, Pedro y Juan subían al templo a rezar a la Hora Nona (cf. Hch. 3,1). Y no olvidemos que Pablo y Silas, encerrados en la cárcel, oraban cantando himnos a Dios a la medianoche (cf. Hch.16,25).
No es de extrañar, entonces, que ya a finales del primer siglo, el papa san Clemente pudiera recordar: «Tenemos que hacer con orden todo lo que el Señor nos ha mandado hacer durante los períodos de tiempo fijos. Nos prescribe hacer las ofrendas y las liturgias, y no al azar o sin orden, sino en las circunstancias y los tiempos previstos» (A los Corintios, XL, 1-2). La Didachè (cf. VIII, 2) recomienda recitar el Padre Nuestro tres veces al día, lo que hace la Iglesia actualmente durante los Laudes, las Vísperas y en la Santa Misa. Así interpreta Tertuliano esta antigua tradición: «Nosotros oramos, como mínimo, por lo menos tres veces al día, ya que estamos en deuda con los Tres: con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo» (De Oratione, XXV, 5). En Occidente, el gran organizador del Oficio Divino fue san Benito de Nursia, quien ha perfeccionado el uso anterior de la Iglesia de Roma.
De lo que se ha dicho, surgen al menos dos consideraciones fundamentales. La primera es que la LdH, ya que es esencialmente cristocéntrica, es profundamente eclesial. Esto implica que, en cuanto Culto público de la Iglesia, a la LdH es sustraída del arbitrio del individuo y es regulada por la jerarquía eclesiástica. Además, es una lectura eclesial de la Sagrada Escritura, porque los salmos y las lecturas bíblicas son interpretadas por los textos de los Padres, de los Doctores y de los Concilios, y por las oraciones litúrgicas compuestas por la Iglesia (cf. CEC, 1177).
En cuanto Culto público, la LdH también tiene un componente visible, y no solo uno interior. Es la unión de la oración y de los gestos. Si bien es cierto que «la mente tiene que estar de acuerdo con la voz» (cf. CIC, 1176), también es cierto que el culto no se celebra solo con la mente, sino también con el cuerpo (cf. S. Th. II-II, 81, 7). Por ello, la liturgia prevé cantos, expresiones verbales, gestos, inclinaciones, postraciones, genuflexiones, incensaciones, vestimentas, etc. Esto también se aplica al Oficio Divino. Por otra parte, el carácter eclesial de la LdH hace por su propia naturaleza que «esté destinada a convertirse en la oración de todo el pueblo de Dios» (CEC, 1175). En este sentido, si es cierto que el Oficio pertenece sobre todo a los ministros sagrados y a los religiosos –es a quienes la Iglesia en particular se los confía–, este siempre involucra a toda la Iglesia: los fieles laicos (en la medida en que les es posible participar), a las almas del Purgatorio, a los santos y a los ángeles en sus diferentes rangos.
Cantando las alabanzas de Dios, la Iglesia terrena se une a la celestial y se prepara para reunirse con ella. Por lo tanto, la LdH «es verdaderamente la voz de la misma Esposa que le habla al Esposo, mas aún, es la oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre» (SC, n. 84, cit. en CEC, 1174).

IV. ¿DONDE CELEBRAR?

1179 
El culto "en espíritu y en verdad" (Jn 4, 24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un mismo lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras vivas", reunidas para "la edificación de un edificio espiritual" (1P 2, 4-5). El Cuerpo de Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la fuente de agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu Santo, "somos el templo de Dios vivo" (2Co 6, 16).

1180 Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no es impedido (cf DH 4), los cristianos construyen edificios destinados al culto divino. Estas iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo.

1181 "En la casa de oración se celebra y se reserva la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera para ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Debe ser hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones sagradas" (PO 5; cf SC 122-127). En esta "casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que la constituyen deben manifestar a Cristo que está presente y actúa en este lugar (cf SC 7).

1182 El altar de la Nueva Alianza es la Cruz del Señor (cf Hb 13, 10), de la que manan los sacramentos del Misterio pascual. Sobre el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales. El altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado (cf IGMR 259). En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente).

1183 El tabernáculo debe estar situado "dentro de las iglesias en un lugar de los más dignos con el mayor honor" (MF). La nobleza, la disposición y la seguridad del tabernáculo eucarístico (SC 128) deben favorecer la adoración del Señor realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar.
El Santo Crisma (Myron), cuya unción es signo sacramental del sello del don del Espíritu Santo, es tradicionalmente conservado y venerado en un lugar seguro del santuario. Se puede colocar junto a él el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos.

1184 La sede del obispo (cátedra) o del sacerdote "debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director de la oración" (IGMR 271).
El ambón: "La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles" (IGMR 272).

1185 La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo debe tener lugar apropiado para la celebración del Bautismo y favorecer el recuerdo de las promesas del bautismo (agua bendita).
La renovación de la vida bautismal exige la penitencia. Por tanto el templo debe estar preparado para que se pueda expresar el arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar apropiado.
El templo también debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración silenciosa, que prolonga e interioriza la gran plegaria de la Eucaristía.

1186 Finalmente, el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la casa de Dios ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado al mundo de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia visible simboliza la casa paterna hacia la cual el pueblo de Dios está en marcha y donde el Padre "enjugará toda lágrima de sus ojos" (Ap 21, 4). Por eso también la Iglesia es la casa de todos los hijos de Dios, ampliamente abierta y acogedora.

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

¿Dónde celebrar? (CEC 1179-1186)
En su existencia, el hombre se identifica con dos coordenadas fundamentales: el espacio y el tiempo, dos realidades que no se construyen, sino que se dan. El hombre está ligado al espacio y al tiempo, y también lo es su oración a Dios. Mientras que la oración como simple acto religioso se puede hacer en todas partes, la liturgia, sin embargo, como un acto de culto público y ordenado, requiere de un lugar, por lo general de un edificio donde se pueda realizar el rito sagrado.
El edificio de culto cristiano no es el equivalente al templo pagano, donde la celda con la efigie de la deidad era considerada en cierto sentido también la casa de esta última. Como dice san Pablo a los atenienses: "Dios no habita en templos hechos por manos de hombre" (Hch. 17,24).
En cambio, hay una relación más estrecha con la Tienda del Encuentro, erigida en el desierto de acuerdo a las instrucciones de Dios mismo, donde la gloria del Señor (shekinah) se manifestaba (Ex. 25,22; 40,34). Sin embargo, Salomón, después de construir el Templo de Jerusalén, edificio que reemplazó a la Tienda del Encuentro, exclama: "Pero ¿es posible que Dios habite realmente en la tierra? Si el cielo y lo más alto del cielo no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo he construido!"(1 Re. 8,27). En la historia del pueblo de Israel se da una espiritualización, que lleva al famoso pasaje de Isaías: "Toda la tierra está llena de su gloria" (Is. 6,3; cf. Jr. 23,24, Sal. 139,1 -. 18; Sab. 1,7), texto aprobado después en el Sanctus de la Liturgia Eucarística. "Toda la tierra es santa y confiada a los hijos de los hombres" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1179).
Una etapa posterior aparece en el evangelio según san Juan, cuando Cristo dice, en su encuentro con la samaritana, que "la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn. 4, 23). Esto no quiere decir que, a la luz del Evangelio, no debería haber ningún culto público o edificio religioso. El Señor no dice que no debe haber lugares de culto para el culto de la Nueva Alianza; del mismo modo, en la profecía de la destrucción del Templo, no indica que no debe haber ningún edificio erigido en honor de Dios, sino que no ha de ser un solo lugar exclusivo.
Cristo mismo, su cuerpo vivo, resucitado y glorificado, es el nuevo templo donde habita Dios y donde se realiza su culto universal "en espíritu y en verdad" (J. Ratzinger, Introduzione allo spirito della liturgia, San Pablo, Cinisello Balsamo 2001, p. 39-40). Como escribe san Pablo: "Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad y ustedes participan de esa plenitud" (Col. 2,9-10). Por participación, en virtud del bautismo, el cuerpo del cristiano se convierte también en templo de Dios (1 Cor. 3,16-17; 6.19, Ef. 2,22). Usando una frase muy querida por san Agustín, Christus Totusel Cristo entero es el verdadero lugar del culto cristiano, es decir, Cristo como Cabeza y los cristianos como miembros de su Cuerpo Místico. Los fieles que se reúnen en un solo lugar para el culto divino son las "piedras vivas", preparadas "para la construcción de un edificio espiritual" (1 Pe. 2,4-5). De hecho, es significativo que la primera palabra que indicaba la acción del reunirse de los cristianos, es decir ekklesia --Iglesia--, haya pasado a indicar el lugar mismo donde se realiza la reunión. El Catecismo de la Iglesia Católica insiste en que las iglesias (como edificios) "no son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo" (n. 1180).
En los primeros tiempos del cristianismo, la forma típica de la construcción de la iglesia se convirtió en la basílica con una gran nave central rectangular, que termina en un ábside semicircular. Este tipo de construcción respondía a las exigencias de la liturgia cristiana y, al mismo tiempo, dejaba una gran libertad a los constructores, para la elección de cada uno de los elementos arquitectónicos y artísticos. La basílica también proporciona una orientación axial, que abre a la asamblea a las dimensiones trascendentes y escatológicas de la acción litúrgica. En la tradición latina, la disposición del espacio litúrgico con la orientación axial se ha mantenido como una norma y se cree que aún hoy en día es lo más adecuado, porque expresa el dinamismo de una comunidad en camino hacia el Señor.
Como dijo Benedicto XVI, "la naturaleza del templo cristiano se define por la liturgia misma" (Sacramentum caritatis, n. 41). Por esta razón, incluso el diseño del mobiliario sagrado (el altar, el tabernáculo, la sede, el ambón, el baptisterio, el lugar de la penitencia) no pueden seguir solamente criterios funcionales. La arquitectura y el arte no son factores extrínsecos a la liturgia, ni tampoco tienen una función puramente decorativa. Por lo tanto, el compromiso de construir o adecuar las iglesias existentes debe estar impregnado por el espíritu y las normas de la liturgia de la Iglesia, es decir, de aquella lex orandi que expresa la lex credendi, y en esto está la gran responsabilidad, sea de los diseñadores como de los clientes.

RESUMEN

1187 La Liturgia es la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. 
Nuestro Sumo Sacerdote la celebra sin cesar en la Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los Apóstoles, todos los santos y la muchedumbre de seres humanos que han entrado ya en el Reino.

1188 En una celebración litúrgica, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función. El sacerdocio bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de Cristo. Pero algunos fieles son ordenados por el sacramento del Orden sacerdotal para representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo.

1189 La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua, fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de la salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe y asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos cósmicos, estos ritos humanos, estos gestos del recuerdo de Dios se hacen portadores de la acción salvífica y santificadora de Cristo.

1190 La Liturgia de la Palabra es una parte integrante de la celebración. El sentido de la celebración es expresado por la Palabra de Dios que es anunciada y por el compromiso de la fe que responde a ella.

1191 El canto y la música están en estrecha conexión con la acción litúrgica. Criterios para un uso adecuado de ellos son: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea, y el carácter sagrado de la celebración.

1192 Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a él a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados.

1193 El domingo, "día del Señor", es el día principal de la celebración de la Eucaristía porque es el día de la Resurrección. Es el día de la Asamblea litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el día del gozo y de descanso del trabajo. El es "fundamento y núcleo de todo el año litúrgico" (SC 106).

1194 La Iglesia, "en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor" (SC 102).

1195 Haciendo memoria de los santos, en primer lugar de la santa Madre de Dios, luego de los Apóstoles, los mártires y los otros santos, en días fijos del año litúrgico, la Iglesia de la tierra manifiesta que está unida a la liturgia del cielo; glorifica a Cristo por haber realizado su salvación en sus miembros glorificados; su ejemplo la estimula en el camino hacia el Padre.

1196 Los fieles que celebran la Liturgia de las Horas se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la oración de los salmos, la meditación de la Palabra de Dios, de los cánticos y de las bendiciones, a fin de ser asociados a su oración incesante y universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu Santo sobre el mundo entero.

1197 Cristo es el verdadero Templo de Dios, "el lugar donde reside su gloria"; por la gracia de Dios los cristianos son también templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye la Iglesia.

1198 En su condición terrena, la Iglesia tiene necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse: nuestras iglesias visibles, lugares santos, imágenes de la Ciudad santa, la Jerusalén celestial hacia la cual caminamos como peregrinos.

1199 En estos templos, la Iglesia celebra el culto público para gloria de la Santísima Trinidad; en ellos escucha la Palabra de Dios y canta sus alabanzas, eleva su oración y ofrece el Sacrificio de Cristo, sacramentalmente presente en medio de la asamblea. Estas iglesias son también lugares de recogimiento y de oración personal.

Artículo 2. DIVERSIDAD LITURGICA Y UNIDAD DEL MISTERIO

Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la Iglesia


1200 Desde la primera comunidad de Jerusalén hasta la Parusía, las Iglesias de Dios, fieles a la fe apostólica, celebran en todo lugar el mismo Misterio pascual. El Misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las formas de su celebración son diversas.

1201 La riqueza insondable del Misterio de Cristo es tal que ninguna tradición litúrgica puede agotar su expresión. La historia del nacimiento y del desarrollo de estos ritos testimonia una maravillosa complementariedad. Cuando las iglesias han vivido estas tradiciones litúrgicas en comunión en la fe y en los sacramentos de la fe, se han enriquecido mutuamente y crecen en la fidelidad a la tradición y a la misión común a toda la Iglesia (cf EN 63 - 64).

1202 Las diversas tradiciones litúrgicas nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia. Las Iglesias de una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el Misterio de Cristo a través de expresiones particulares, culturalmente tipificadas: en la tradición del "depósito de la fe" (2Tm 1, 14), en el simbolismo litúrgico, en la organización de la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios, y en tipos de santidad. Así, Cristo, Luz y Salvación de todos los pueblos, mediante la vida litúrgica de una Iglesia, se manifiesta al pueblo y a la cultura a los cuales es enviada y en los que se enraíza. La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas riquezas de las culturas (cf LG 23; UR 4).

1203 Las tradiciones litúrgicas, o ritos, actualmente en uso en la Iglesia son el rito latino (principalmente el rito romano, pero también los ritos de algunas iglesias locales como el rito ambrosiano, el rito hispánico - visigótico o los de diversas órdenes religiosas) y los ritos bizantino, alejandrino o copto, siriaco, armenio, maronita y caldeo. "El sacrosanto Concilio, fiel a la Tradición, declara que la santa Madre Iglesia concede igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios" (SC 4).

Liturgia y culturas

1204 
Por tanto, la celebración de la liturgia debe corresponder al genio y a la cultura de los diferentes pueblos (cf SC 37-40). Para que el Misterio de Cristo sea "dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe" (Rm 16, 26), debe ser anunciado, celebrado y vivido en todas las culturas, de modo que estas no son abolidas sino rescatadas y realizadas por él (cf CT 53). La multitud de los hijos de Dios, mediante su cultura humana propia, asumida y transfigurada por Cristo, tiene acceso al Padre, para glorificarlo en un solo Espíritu.

1205 "En la liturgia, sobre todo en la de los sacramentos, existe una parte inmutable -por ser de institución divina- de la que la Iglesia es guardiana, y partes susceptibles de cambio, que ella tiene el poder, y a veces incluso el deber, de adaptar a las culturas de los pueblos recientemente evangelizados (cf SC 21)" (Juan Pablo II, Lit. Ap "Vicesimusquintus Annus" 16).

1206 "La diversidad litúrgica puede ser fuente de enriquecimiento, puede también provocar tensiones, incomprensiones recíprocas e incluso cismas. En este campo es preciso que la diversidad no perjudique a la unidad. Sólo puede expresarse en la fidelidad a la fe común, a los signos sacramentales que la Iglesia ha recibido de Cristo, y a la comunión jerárquica. La adaptación a las culturas exige una conversión del corazón, y, si es preciso, rupturas con hábitos ancestrales incompatibles con la fe católica" (ibid. ).

RESUMEN

1207 Conviene que la celebración de la liturgia tienda a expresarse en la cultura del pueblo en que se encuentra la Iglesia
, sin someterse a ella. Por otra aparte, la liturgia misma es generadora y formadora de culturas.

1208 Las diversas tradiciones litúrgicas, o ritos, legítimamente reconocidas, por significar y comunicar el mismo Misterio de Cristo, manifiestan la catolicidad de la Iglesia.

1209 El criterio que asegura la unidad en la pluriformidad de las tradiciones litúrgicas es la fidelidad a la Tradición apostólica, es decir: la comunión en la fe y los sacramentos recibidos de los Apóstoles, comunión que está significada y garantizada por la sucesión apostólica.

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